El delito mayor del hombre es haber nacido», sentenció Calderón y adelantaron mucho antes antiguos sabios comoSófocles o Dion de Prusa, filósofo griego del siglo I. Sófocles añadía que los buenos no nacen, de modo que los humanos arrojados a este mundo pagamos por algún delito, venimos de la chusma celeste, gentes de mal sentir.
De ello se deduce que no hay pecado original sino delito original, nacer. ¡Vaya! entonces lo de «creced y multiplicaos» no era tan amistoso, sino intoxicado consejo enmascarado de voz divina que no nos ha hecho dioses sino odiosos entre las restantes especies y que, a base de ocuparlo y avasallarlo todo, acaba por empujarnos a la total ruina del género humano.
El sapiens carece de futuro. Esta vez los temores de un final cercano no se basan en cambios de milenio. Hay señales claras: la Tierra está malita, tiene fiebre y sus hielos se están derritiendo. Fatídico síntoma de patología insuperable. Un monte con 18.000 años de nieves permanentes, el Chacaltaya, en los Andes de Bolivia, se acaba de derretir, su perenne estación de esquí sólo guarda ahora placas sueltas de hielo. ¿Qué alcance tiene el cambio climático?. Algo muy gordo se avecina. Un grupo de expertos de la ONU lo estudia. Están confusos porque carecen de modelos anteriores. Aun así, las predicciones son harto preocupantes. Dice el químico Lovelook, el que descubrió que la Tierra funciona como un organismo vivo, que si sube cuatro grados el clima desaparece el 94% de la Humanidad. Otro científico de gran renombre, Stephen Hawking, va más lejos y piensa que a la vida en el planeta no le quedan más de cien años. ¿Se tomarán también los planetas sus tiempos sabáticos? Quién sabe. Otro del club es Leonardo Boff, el teólogo perseguido por el inquisidor Ratzinger, que piensa que el colapso del género humano ocurrirá dentro de este mismo siglo XXI. Boff ilustra su hipótesis con un experimento llamado la cápsula Petri y es que se ha comprobado que cuando se ponen bacterias con alimentos en una cápsula, al acercarse el fin de los alimentos las bacterias se multiplican exponencialmente y antes de que se termine el condumio, zas, mueren todas. ¿Nos pasará lo mismo? Boff cree que el crecimiento exponencial de la población humana es presagio de la cercanía de un final análogo, rápido y expeditivo. La Tierra regalaría a sus criaturas un deceso expeditivo (eutanasia) al otro mundo. Señal de ser buena madre. La Naturaleza es inteligentísima y lo tiene todo pensado y organizado. ¿Y por qué se acaba la vida si Hawking y otros tienen razón? ¿Es obra humana o hemos entrado en fecha de caducidad? No se habla de ello, pero emisiones, vertidos, deforestaciones, todo esto es obra directa de la superpoblación humana. El planeta no fue diseñado para alojar y alimentar más de 6.000 millones de bocas humanas. Esta multiplicación humana devoradora de espacios es un caos, la plaga humana, un tumor planetario. El delicado equilibrio entre especies fue roto por la multiplicación humana descontrolada. Estudios sobre ecología y población en el paleolítico superior (la era de los auténticos sapiens, pues hoy somos demens) creen que la Tierra no podía alimentar a más de 30 millones de bocas en régimen de caza y recolección, sin agricultura ni ganadería, y esos mismos estudios piensan que los humanos no pasábamos entonces de 6 millones, así que hoy sobramos casi todos. Hay quien propone achicar agua, reducirnos. En Internet existe un «movimiento para la extinción voluntaria de la humanidad», estos devotos aman al planeta sobre todo y quieren ayudar a que sobreviva, proponen no reproducirnos y en cien años, muerto el perro se acabó la rabia. Pero esto son meros gestos, porque aquí nadie aceptará no sacar copias humanas de buen grado. De más calado -y mayor imposibilidad- es lo que proponen otros (locos, por ahora), ir al suicidio colectivo para salvar a la Tierra de la peste humana. Menos realista aún. No somos los humanos samuráis capaces de morir por una causa superior. La chusma no saca nunca al superhombre.
Esto se parece a la tragedia del Titanic, pero a escala de especie. Por nuestra arrogancia y ceguera tenemos un agujero en el casco de la nave cósmica. El agua comienza a subir hacia la cubierta. No hay planeta al que saltar. Sólo nos queda gestionar esta situación que se nos avecina. Como los músicos del Titanic sólo podemos mejorar o elevar nuestra actitud, tocando nuestra mejor música hasta el final. Después de todo nacemos para morir. Es nuestro mayor delito. Seamos comprensivos: a escala de especie viene nuestra redención. El verdadero Mesías no es un hombre, es el cambio climático que nos salvará de una suerte peor, seguir empeorando. Hemos vivido milenios hechizados y alienados entre mentiras y ocultaciones. Ahora llega el tiempo de la verdad.
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